Aunque no lo veas, pasa

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Rodrigo nació hace 14 años.

Catorce. Es decir, un nene. Aprendió a caminar hace, digamos, doce, trece años. Comió sólo, hace unos diez. Aprendió a vestirse, quizás hace ocho. Probablemente desde siempre supo lo inmenso que es el amor. El de mamá y papá, y el de los hermanos y hermanas.

También supo hace catorce años que sí importa dónde naciste. Que no es lo mismo Capital que Provincia, e incluso ya no es lo mismo Billinghurst que San Martín, aunque estén a veinte cuadras de diferencia. Según quién te vea, una visera pesa, un barrio pesa.

A Rodrigo lo mató el oficial Hugo Pos, hace casi una semana. Pos disparó dieciseis veces contra tres nenes. Y acá nos gusta llamar a las cosas por su nombre: Rodrigo era un nene, y Pos no se defendió de nada, ni de nadie. Pos mató porque puede. Fusiló a un nene de catorce años porque es policía y porque Rodrigo no nació en Caballito, ni en Ballester centro. Y puede, porque el Estado le puso un arma en la mano y le dio inmunidad por llevar un uniforme.

A Rodrigo le disparó Pos por la nuca. Pero también lo gatillaron desde que nació: el Estado con hambre y desigualdad, y la sociedad gritándole en la cara que bajen la edad de imputabilidad. También lo gatilló la escuela con frío, los medios con sus estereotipos, la señora y el señor que lo miran con recelo cuando se toma el tren Mitre a Suarez, o el 252. Rodrigo fue uno de los millones de pibes y pibas que nacen con un dedo señalándolos y con un arma apuntándoles.

Y de aquí nuestra lucha: todos los días por los Rodrigos, y por todos los pibes y todas las pibas. Porque el dedo que señala empiece por mirarse a sí mismo, y apunte, una vez, sobre quienes les roban sus infancias.

¡Basta de gatillo fácil! ¡Justicia por Rodrigo!

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