Nos quisieron callar y borrar, muchas veces. Lo que decimos les molesta, desde siempre. Lo que vivimos en nuestros barrios diariamente es, en este sentido, el verdadero titular que la mayoría de los diarios no publican: ser joven y ser pobre, para el Estado es un delito. Y ni hablar, cuando se nos ocurre luchar por nuestros derechos.
La noche del 16 de septiembre de 1976, seis estudiantes secundarios que peleaban por la conquista del boleto estudiantil fueron secuestrados, torturados y asesinados por un grupo de tareas de la dictadura militar. Secuestrados por querer una vida mejor. Torturados por creer que era posible. Asesinados por luchar para conseguirlo. Esa noche se conoce hasta hoy, como la Noche de los Lápices.
Los lápices que los dueños de todo quisieron borrar para siempre, junto a toda una generación, que puso en duda la sumisión a la que nos quieren acostumbrar desde el día en que nacemos. La dignidad de un pueblo que asumió la responsabilidad histórica de cambiar todo lo que debe ser cambiado. Lo intentaron, treinta mil veces, con cada compañero y compañera que se llevaron. Y en eso siguen, también al día de hoy, como hicieron con Santiago hace un mes y medio.
Pero no lo lograron. Seguimos acá, bien firmes, con la certeza de que estamos del lado correcto de la mecha, y que podrán cortar las flores, pero no detendrán la primavera. No nos han derrotado.
A 41 años, seguimos escribiendo y construyendo en las mismas calles que aquellas y aquellos compañeros hicieron suyas, y hoy son nuestras.