El Tribunal Oral Federal 3 de San Martín concedió, en junio pasado, el beneficio de la prisión domiciliaria a Luis Abelardo Patti (66), en una causa por múltiples delitos cometidos durante la última dictadura cívico-militar.
Sin embargo, otras causas, dos de ellas con condena a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad (por el homicidio de Gastón Goncálves, y por el de Osvaldo Cambiasso y Eduardo Pereyra Rossi) impidieron que la medida se hiciera efectiva.
Ahora, después de un fallo favorable al represor de la Cámara de Casación, el juez federal de Rosario Omar Paulucci decidió que Patti, alojado en el Hospital Penitenciario Central de Ezeiza con asistencia médica permanente, padece un “trato degradante e inhumano” y dispuso su arresto domiciliario. El juez no dio ningún fundamento de por qué se apartó de los informes médicos, que establecen que el ex comisario “no tiene afectación ni dolencia alguna que requiera algún tipo de internación” y que es un gran simulador, cuya única limitación es el uso de una silla de ruedas por una lesión vieja en la columna cervical. Por mucho menos se niegan a diario los reclamos de miles de presos sin uniforme que languidecen en condiciones realmente infrahumanas, sin asistencia médica ni defensas estelares en cárceles federales y provinciales.
Vale recordar de quién estamos hablando. Luis Abelardo Patti ya era policía en 1975. Trabajaba en el destacamento policial “Otero”, en Victoria, en el que funcionaba un centro clandestino de detención. Sus superiores eran hombres del círculo íntimo del Gral. Ramón Camps.
Corría 1977 cuando, ya afincado en Escobar, la ciudad que 18 años después lo elegiría intendente, Patti intervino en el fusilamiento de tres chicos que jugaban al metegol de un bar de la zona. El militante comunista que denunció el hecho a un diario local todavía está desaparecido.
Un poco más tarde, cerca del ocaso de la dictadura, Patti secuestró y mató a Osvaldo Cambiasso y Eduardo Pereyra Rossi, militantes montoneros, una de las causas por las que fue recientemente condenado. Pero en los primeros años después de 1983, sus principales defensores fueron Carlos Menem y Eduardo Duhalde, que se cansaron de repetir que había sido un enfrentamiento.
En enero de 1990, en Garín, Patti encabezó la partida policial que fusiló al joven Luis Selaye. En las manos del muerto apareció un revólver calibre 38, con la habitual pinta de “perro”. Un policía “arrepentido” (es decir, enfrentado con Patti en la interna policial), declaró el 5 de enero de 1996 al diario Página/12 que, antes del operativo, ese revólver estaba “en el despacho del subcomisario Patti, que siempre hablaba que debía ser utilizado para justificar un enfrentamiento”. El ex subcomisario nunca fue procesado por este caso.
En septiembre de 1990, dos presos, Miguel Guerrero y Mario Barzola, denunciaron que Patti los había torturado. El Juez de San Isidro Raúl Borrino ordenó una serie de pericias, y comprobó que habían sufrido tormentos por golpes, quemaduras, submarino seco y picana eléctrica. Lo mandó detener.
El escándalo fue mayúsculo. En medio de una campaña mediática dirigida a desacreditar la denuncia, la Cámara Penal de San Isidro, en un fallo memorable, “bajó” la carátula de tormentos a apremios ilegales. Patti fue inmediatamente excarcelado, la causa entró en el túnel que preanunciaba la prescripción, y la “gente de bien” respiró tranquila. El adalid de la seguridad estaba, de nuevo, seguro.
“Voy a ser claro para que se entienda -le dijo Patti al Diario Clarín en octubre de 1990- la policía, para esclarecer un hecho tiene que cometer no menos de tres o cuatro hechos delictivos. De lo contrario no puede esclarecer absolutamente nada. Esto ocurre en la Argentina y en cualquier parte del mundo. ¿Cuales son estos delitos? Privación ilegal de la libertad, apremios y violación de domicilios, entre otros. Y no queda otro camino que hacer eso. Cuando los comisarios no esclarecen hechos es porque, como se dice en nuestra jerga, no se la juegan”.
Ningún fiscal lo acusó por esas declaraciones, que, en cambio, aportaron una sonrisa a los mismos que hoy piden más seguridad.
Así, mientras iba a fiestas con su novia, la modelo Liliana Caldini, y era enviado por Menem y Corach a investigar el crimen de María Soledad Morales en Catamarca, Patti fue dejando en el olvido sus andanzas de juventud en la dictadura, y se recicló como “policía de la democracia”.
El martes 13 de agosto de 1996, de nuevo en Página/12, Patti, ya para entonces símbolo de la “lucha contra la inseguridad”, declaró que estaba en contra de “los policías que no hacen nada porque no tienen orden del juez” y les aconsejó “pegar una buena patada en el trasero a los sospechosos para obtener pruebas”.
Su alianza con el partido justicialista le garantizó la intendencia de Escobar, y luego una banca de diputado, que ya no pudo ocupar, porque los aires habían cambiado, y el policía descubrió que hasta sus viejos aliados lo abandonaban.
Años después, al fin, fue preso, y se empezaron a apilar las condenas, pero no fue mucho lo que duró.
Hoy, al compás del 2×1 macrista, y a tono con la política de reivindicación del terrorismo de estado de Cambiemos, tan útil para legitimar la creciente represión cotidiana, Luis Abelardo Patti, paradigma de la represión estatal cuya carrera atraviesa dictadura y democracia, vuelve a su casa.
No olvidamos – No perdonamos – No nos reconciliamos.