Una vez más, el estado licenció a un agente de la policía local de La Plata para que matara a un pibe, para que nos robara una semilla. Maxi, en su agonía fue lo suficientemente consciente para entender que lo estaba matando el estado, y mientras esperaba asistencia le llegó a pedir a su hermana que cualquier otro apagara ese dolor, pero que por favor no fuera la bala de la yuta.
Días después, recibimos un llamado pidiendo ayuda a CORREPI. Era su mamá Zuni, una mujer de hierro, de ojos fuertes y un cuerpo pequeño para su alma gigante. Junto al papá de Maxi, lo criaron como cualquier pibe de barrio de familia obrera.
Hoy, para nosotrxs, Maxi también es “Toia”, como lo llamaban sus amigos. El “Toia” compañero, hermano, compinche, hijo, padre de dos nenas y un nene que vemos como el “mini Toia”.
Desde chico, Maxi como todxs lxs pibxs que sufren el hostigamiento y criminalización a diario, cargó con el estigma de ser pobre. Las torturas y persecuciones eran moneda corriente en las calles que frecuentaba.
Esto lo convirtió para la policía del barrio en merecedor de un triste final. Ya lo habían torturado en el destacamento y le habían avisado que lo iban a matar, nos contó su mamá. Era un hombre justo, con todos los códigos, tal como lo recuerdan sus seres queridxs que con tanto dolor lo extrañan. Tenía un carácter fuerte, sabía pararse frente a las injusticias, como lo hizo el último día que lo vieron vivo.
Hoy, a tres meses, no nos olvidamos de Toia, abrazamos a Zuni y a toda su familia y no dejamos de pedir justicia por él y por todxs los pibxs muertxs por la policía.
¡Basta de gatillo fácil en los barrios más humildes!
Volvemos a gritar: ¡la represión es política de estado!
¡Ni un pibe menos, ni una bala más!
¡Las calles son nuestras!