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Hace exactamente 26 años, miles de pibes y pibas se despertaban anticipando que ese viernes a la noche iban a disfrutar su música en el Estadio Obras. En Aldo Bonzi, los fanáticos de Los Redondos habían alquilado un micro escolar para ir seguros y más barato hasta Núñez. A eso de las siete se juntaron en la plaza del barrio. Minutos antes que el colectivo anaranjado arrancara hacia el centro, una mujer de 72 años, morocha y chiquita, le dio el rollito de dinero que había ahorrado para la entrada a su nieto, junto con un papelito con un teléfono: “Cuidate, negrito. Llamame al trabajo cualquier cosa”. María Ramona Armas de Bulacio no podía imaginar que, horas después, ella y Walter se convertirían en los rostros que simbolizarían por décadas la organización y la lucha antirrepresiva en Argentina.

Después, el operativo “monstruo”, como lo definió uno de los policías en la causa penal. Policías de cinco comisarías, decenas de móviles, la razzia, un centenar de detenidos, colectivos de línea requisados para trasladarlos a la 35ª, bastonazos y cachetadas, “puentecito chino” a los que viajaron en los celulares, calabozos.

El sábado al mediodía, después de casi 16 horas en la comisaría, una ambulancia llevó a Walter al hospital Pirovano. Ni la abuela ni los padres supieron que estaba detenido, porque el pibe había avisado que del recital se iba directamente a su trabajo en el campo Municipal de Golf, donde fichaba a las 5 de la mañana para ser de los primeros en ofrecerse como caddie a los jugadores tempraneros, que daban buenas propinas.

El resto es historia: Un chico vecino, apenas fue liberado y llegó a Bonzi, mandó avisar a Víctor y Graciela que su hijo estaba preso. “Estaba drogado y borracho”, justificó el oficial de guardia cuando llegaron a buscarlo. Del Pirovano lo llevaron al Rivadavia para una tomografía. Todavía estaba consciente, y alcanzó a contestar “la yuta” cuando el médico le preguntó quién le había pegado. “Golpes faciales varios de 36 horas de evolución”, diría el certificado médico que acompañó su traslado al Sanatorio Mitre un día y medio después de la detención. “Acordate que te tratamos bien”, advirtió el comisario Miguel Ángel Espósito, jefe del operativo, al pibe vecino, que reconoció en un pasillo del Mitre como uno de los que compartió el calabozo con Walter. “El comisario tenía un equipo de gimnasia azul con rayas blancas”, declararía la abuela Mary, que vio la escena. Y agregó: “Era morocho y narigón, parecía un pájaro”. Mary no sabía, todavía, que el apodo de Espósito en la Federal era, justamente, “El Aguilucho”, en parte por su prominente perfil, en parte porque a su padre, “respetado” comisario de los ‘70, le decían “El Águila Espósito”.

Walter murió una semana después. Víctor Bulacio, consciente de que la pelea por venir no se podía limitar a intervenir en la causa penal, iniciada recién cuando el pibe llegó golpeado al Sanatorio Mitre, decidió sumarse a un pequeño grupo de militantes antirrepresivos de los que le habló una vieja conocida de luchas gremiales. Y trajo a su mamá con él, que encabezaría la movilización los siguientes 23 años, hasta su muerte.

No por casualidad, el año pasado, al cumplirse los simbólicos 25 años del inicio de esta historia, elegimos lanzar la Campaña Nacional contra las Detenciones Arbitrarias. Unos pocos meses de la nueva gestión de gobierno alcanzaba ya para advertir el implacable avance del ajuste, el saqueo y la represión impuestos por Mauricio Macri y sus aliados, con un enorme fortalecimiento y ampliación de las facultades policiales y de las demás fuerzas de seguridad para detener personas arbitrariamente.

Dijimos entonces, junto con decenas de organizaciones compañeras, que el sistema de detenciones arbitrarias, además de afectar nuestra libertad, es la puerta de entrada a la tortura, y también nos cuesta vidas, porque más de la mitad de los muertos en comisarías, desde 1983 a hoy, estaban detenidos por una contravención o “para identificar”. Hoy, es más evidente todavía el creciente uso de las detenciones arbitrarias como parte del arsenal represivo que se descarga sobre el pueblo trabajador, con episodios de trascendencia nacional, como su utilización para violar la autonomía universitaria y arrestar estudiantes en Jujuy, y un verdadero estado de “libertad vigilada” en las barriadas populares de todo el país.

El aniversario de la detención, tortura y muerte de Walter Bulacio, así como expone brutalmente cómo todos los gobiernos, a lo largo de las décadas, se han servido del arsenal de herramientas represivas disponibles a la hora de imponer el disciplinamiento y el control social y se esforzaron, cada uno a su manera, por legitimarlas, impone en este particular momento histórico hablar del presente y de las urgencias que hoy enfrentamos.

Exige decir que el actual gobierno es el más represor de los últimos 30 años, y el que con más sistematicidad viene actualizando y fortaleciendo todos los recursos para reprimir, a través de la acción ejecutiva, legislativa y judicial. Es el gobierno que dirige al aparato represivo sin ambigüedades y lo manda a reprimir; el que legisla para criminalizar protestas y manifestaciones y para endurecer el sistema penal contra los más jóvenes y pobres; el que orienta fallos judiciales contra los trabajadores y el movimiento obrero mientras garantiza la impunidad de asesinos y torturadores de uniforme como nunca antes.

Por eso, a 26 años de la detención, tortura y muerte de Walter Bulacio, decimos:

*Basta de detenciones arbitrarias.
*Basta de gatillo fácil y torturas.
*No a la baja de la edad de imputabilidad.
*No a la militarización de los barrios.
*No a la reforma del código penal para criminalizar manifestaciones.
*No a la reforma regresiva de la ley de ejecución penal.
*Contra la represión, ¡Unidad, organización y lucha!.

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