La crisis capitalista que explotó en el 2008 aún se encuentra irresuelta. La etapa actual es de reorganización hegemónica del capital, sólo así saldrá de esta nueva crisis, esperando la próxima, que será en menor tiempo y con mayor intensidad.
De un mundo bipolar a otro global, el “mercado” necesita concentración y centralización del poder. Éste, y no otro, es el marco conceptual en el que se reúne el G20, con el protagonismo de las mayores economías mundiales, como EEUU, China y Alemania, con la participación del Reino Unido, Italia, Francia, Canadá, Rusia, Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita, Australia, Turquía, India, Indonesia, Sudáfrica, un lugar para la Unión Europea, y las tres economías más importantes de América Latina, Brasil, México y Argentina, que concentran el 85% del PBI mundial (con escaso aporte de nuestra parte, por cierto). A ellos se suma organismos internacionales de crédito como el FMI, el Banco Mundial, el BID, la OMC, más la ONU y la OIT.
Como todas estas reuniones, lo que se “vende” es lo protocolar, lo formal, plagado de frases hechas y de falsas expectativas. Pero el clima en el que se reunirán, estará fuertemente influido por el conflicto. La guerra comercial entre EEUU y China impacta en todo el mundo; la condición de principal potencia endeudada y la inocultable devaluación del dólar colocan a EEUU en situación determinante a la hora de definir ese conflicto en plena etapa de acumulación capitalista. China se planta sobre un combo de alta tecnología y mano de obra barata, que seduce a los grandes capitales y traslada, lenta pero progresivamente, la atención del mundo, como si estuviéramos asistiendo al nacimiento de un imperialismo posindustrial.
Necesariamente la suerte de las economías emergentes y la de los países periféricos sobre todo, quedará sellada ante esa definición. Economías meramente extractivistas, basadas en la producción de energía y algunos combos alimentarios sin valor agregado, con una industria de armada, con incorporación histérica de tecnología en desuso, salarios altos (lo que los capitalistas llaman el “costo laboral”), en la lógica de los explotadores, decididamente afectan la posibilidad de radicar inversiones y desalientan el desarrollo. Argentina es una de ellas.
A ese marco se deben sumar conflictos de otra naturaleza -Turquía vs. Arabia Saudita por el asesinato del periodista en la embajada en Estambul o la incertidumbre ante el regreso de la confrontación de Rusia con Ucrania, por citar sólo algunas de las más importantes-, lo que dibuja un clima que lejos está de constituirse en “el conclave que posicionará a nuestro país como una referencia en el mundo…”.
Al desastre económico que nos condujo el gobierno de Mauricio Macri, habrá que sumar ahora la torpe e infeliz lectura que realizó de la situación mundial, circunstancia que debe llamar la atención de todos nosotrxs, porque -aunque muchxs ni lo imaginan- estas decisiones repercuten en nuestra cotidianeidad.
Pongamos un solo ejemplo, lo suficientemente claro y exponencial: la industria del armado automotriz ocupa en la Argentina 100 mil obrerxs. Los capitalistas que la administran sostienen que armar un auto en nuestro país demanda un 30% más que en Brasil. A paso vivo, aprovechan esta instancia para impulsar desde un recorte sustancial en los ingresos de lxs trabajadorxs hasta el cierre y traslado de sus plantas como algo más que una amenaza.
La recesión y su consecuente baja en el consumo, son además los factores que los impulsan a la suspensión en la producción y a rechazar cualquier paritaria que intente siquiera alcanzar los términos del cada vez más asfixiante proceso inflacionario.
Con el ejemplo, cien mil obrerxs industriales en riesgo es lo que nosotrxs vemos, ellos en cambio anotan un punto más o menos en la tasa de ganancia.
Con el ejemplo, quizás se entienda mejor la necesidad de expresarse contra este cónclave mundial de la desocupación, el hambre y la destrucción del medio ambiente.
Nos vienen a proponer un mundo en el que “debemos” admitir democracias formales, meramente procedimentales, homogeneizadas mundialmente, en el que ni siquiera sólo elijamos, sino que apenas optemos.
Nos vienen a proponer un mundo en el que naturalicemos las respuestas represivas para el descontento de las mayorías.
Nos vienen a proponer un mundo en el que se modifiquen hasta las nociones de tiempo y espacio, guardándose y disponiendo de los adelantos tecnológicos, de los descubrimientos científicos, y exterminando el medio ambiente.
Nos vienen a proponer una subjetividad que sólo se mire el ombligo, tras el consumo de bienes y de cuerpos.
No los subestimemos. Sabemos de su potencial represivo y de su coordinación a la hora de evitar la protesta. De Palermo a Recoleta, por Microcentro y Puerto Madero, dispondrán de 22 mil efectivos operativos (además de la seguridad propia de cada comitiva oficial en la que, por ejemplo, Trump traerá mil) y de un arsenal sofisticado, con tres anillos de seguridad rodeando el sitio de la reunión frente a Aeroparque.
La recomendación de la ministra Patricia Bullrich (la misma que junto al gobierno de la Ciudad es responsable de los hechos que frustraron la final futbolística del fin de semana) para que nos vayamos de la ciudad, no la vamos a acatar.
Nos desafían cuando nos condenan al hambre mediante el feroz endeudamiento al que han sometido al país. Nos desafían otra vez cuando pretenden que lo aceptemos sin chistar.
Ellos necesitan que el mundo vea la paz argentina, esa paz propia de los cementerios.
Nosotrxs necesitamos que el mundo vea la capacidad de resistencia, de lucha, de rechazo firme y contundente a las políticas del hambre y la miseria a las que los dueños del poder nos condenan.
Salir el viernes a las calles es decisivo, organizadxs y garantizando nuestra seguridad, codo a codo con cada compañerx, con cada organización con la que sellamos la necesaria unidad en la acción, para demostrar que un pueblo movilizado es el reaseguro para la concreción de un mundo diferente; que confrontamos con los poderosos del dinero y proyectamos un futuro en el que el destino lo construirán y dirigirán los trabajadorxs.
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