El 10 de enero de 2005, los policías de la comisaría 3ª de Avellaneda (Dock Sud) torturaron a ocho detenidos, como represalia porque uno de ellos había raspado la pared de la celda que compartían con una cuchara. El “boquete”, como lo llamaron, tenía unos pocos centímetros de diámetro y profundidad. Después de dejar que se calcinaran bajo el sol de enero en la terraza por casi siete horas, los bajaron de a uno al calabozo, desnudos con la excusa de la requisa. Cuatro policías, ubicados de los dos lados del pasillo, los apalearon con tonfas y bastones largos de madera. Diego Gallardo, de 20 años, ya no podía caminar ni hablar cuando los subieron al camión para trasladarlos a diferentes comisarías. Tras una espantosa agonía, murió 15 horas después en la comisaría 1ª.
Pilarcita y Josefina, mamá y hermana de Diego, se acercaron a CORREPI casi de inmediato. El médico forense que hizo la autopsia explicó que dejó de contar las lesiones al llegar a la número 57. “Nunca vi un cuerpo tan apaleado”, dijo el experimentado Dr. Romero en el juicio oral, al que llegamos en apenas dos años, gracias al testimonio valiente de los sobrevivientes, que identificaron a los cuatro torturadores: el oficial inspector Marcelo Adrián Fiordomo, el sargento ayudante Julio Alberto Silva, el subcomisario Rubén Alfredo Gómez y el oficial subinspector Hernán Javier Gnopko.
El fiscal Michelini pidió a los jueces Lanza, Rolón y Bueno, el TOC 1 de Lomas de Zamora, la condena a prisión perpetua, pero no acusó por el delito de aplicación de tormentos y tormento seguido de muerte, sino por homicidio calificado en el caso de Diego y “severidades” respecto de las víctimas sobrevivientes. Su alegato fue un ejemplo de libro del esfuerzo sistemático de los funcionarios judiciales por no decir “tortura” y “democracia” en la misma frase.
Desde 1983, son excepcionales las condenas dictadas por el delito de tortura seguida de muerte, no por escasez de cadáveres atormentados, sino porque junto a la práctica de los tormentos como forma sistemática de castigo en cárceles y comisarías argentinas, coexiste una política judicial que garantiza la impunidad a través de la desnaturalización del tipo penal de la tortura.
El alegato de CORREPI señaló ese hecho, tantas veces comprobado, juicio tras juicio. “Basta de tolerar la práctica sistemática de la tortura, y de excusar al aparato estatal disimulando que la tortura es tortura, y no apremios, severidades o en el mejor de los casos, homicidio. No es lo mismo -aunque la pena sea idéntica- condenar por homicidio calificado, delito individual, que por tortura seguida de muerte, delito institucional que acarrea la sanción al estado en su conjunto”, dijimos, y exhortamos a los jueces a medir con la misma vara a los torturadores de la dictadura y a los que hoy torturan al amparo del “estado de derecho”.
El 24 de abril de 2007, el tribunal oral nº 1 de Lomas de Zamora dictó la previsible sentencia. Aunque no pudieron eludir la condena a prisión perpetua, se las arreglaron para no decir “fue tortura seguida de muerte”, de manera que, para las estadísticas, no hubo cuatro policías torturadores, sino cuatro homicidios calificados, lo que sirve para despotricar contra la “inseguridad” en lugar de señalar la criminalidad estatal.
El oficial Fiordomo, el sargento Silva y el subcomisario Gómez, que ya estaban con prisión preventiva, siguieron detenidos, pero al oficial Gnopko le mantuvieron la excarcelación. Recién en febrero de 2018, agotados los recursos judiciales con los que ganó más de una década en libertad, se ordenó su detención. Para entonces, los otros tres condenados ya habían obtenido el beneficio de la libertad condicional, ayudados por la demora judicial en confirmar la condena.
A quince años de la muerte de Diego Gallardo, seguimos batallando contra la política oficial de tolerancia a la tortura y de garantía de impunidad a los represores. Pilarcita hace varios años que ya no está, pero Josefina sigue firme en la lucha, como la vimos el 13 de diciembre, en Plaza de Mayo, levantando la foto de su hermano y gritando ¡Diego Presente! ¡Basta de represión!.