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Los medios se sorprenden frente al crimen de Villa Ballester, donde vecinos “confundieron a un inocente” con “un delincuente”.
La hipocresía es lo de menos. Aquí se confirma aquello de “perfume de época”: el conflicto social se resuelve violentamente desde el estado, con sus agentes o desde la sociedad civil, imitándolo.

Pasa a segundo plano que nada cambiaría si la víctima hubiera robado o intentado robar antes de ser asesinada. Lo que hay que resaltar es lo que resumió la socióloga Laura Sotelo recientemente sobre los agresores: “La comunidad de identidad protofascista entiende el mensaje de impunidad que le envía la justicia, la policía y el poder político”.

La forma bravucona en que la ministra Patricia Bullrich baja a las fuerzas federales la orden de disparar sin mirar a quién ni en qué circunstancias -“doctrina Chocobar”, consagrada en la Resolución 956/18); las inmediatas libertades del asesino azul de la furiosa patada y de los perros guardianes de COTO, por citar dos de los casos más recientes, son la base de sustentación de la dinámica social propensa al fascismo que el gobierno de Cambiemos acentuó.
Desde la llegada de Mauricio Macri y sus socios al gobierno, la calle se ha convertido en un escenario para la mayor crueldad. Con o sin uniforme, hay una obra de terror cuyo guión pertenece al mismo autor. Matar a un ser humano se ha naturalizado, incluso cuando ocurre a la vista de todo el mundo. No sorprenden la “sorpresa” ni la indignación impostada de los medios amarillos. Ellos contribuyen con sus miradas taimadas a la violencia que habita en las entrañas del capitalismo.

Los escuchamos repetir lo de la confusión y da bronca. No queremos que nos indigne menos el crimen que esa manera subterránea de justificarlo.

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